Los habitantes de nuestro pueblo a partir de 1893 emprendieron una ruda labor, e inspirados en sueños de su lejana patria, consiguieron extraer de la tierra los frutos necesarios para vivir y asegurarse un porvenir mejor.
Con el solo fin de mantener a su familia, el hombre labraba la tierra, abriendo surcos con el arado simple tirado por caballos, y sembrando no solo las semillas, sino también la esperanza en las cosechas que meses después debían recoger.
Los granos para sembrar se compraban en los negocios de "Ramos Generales". En nuestra colonia , el de la familia Antuña y posteriormente de la familia Mirkin, donde los campesinos abonaban la semilla luego de recoger la cosecha.
En ocasiones llegaban bandadas de langostas y comían todo cuanto salía de la tierra. Las invasiones más grandes arruinaban los sembrados, destruyendo meses de trabajo y labor continua. Según cuentan los pobladores de nuestra colonia, cuando aparecían estas invasiones, el sol se tapaba con ellas y parecía que una tormenta se desataría sobre el lugar.
Esta plaga perduró hasta alrededor del año 1950.
Para exterminarlas se esperaba el amanecer, en el que se asentaban sobre las plantas, y entonces se fumigaban, luego ya muertas se las enterraba en grandes fosas cavadas para tal fin.
Nuestros campos lucían florescientes espigas de maíz y también las espigas color del sol despertaban al progreso.
El maíz se almacenaba en TROJAS, de donde se retiraba para utilizarlo a medida que se necesitaba. Todas las familias acompañadas de changarines juntaban con sus maletas ceñidas a la cintura y con deschaladores, descubriendo esos primeros granos que mas tarde harían grande y próspero a nuestro pueblo.
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