No hay vuelo posible que surquen las almas sin memoria…
Hoy… una parte de las vivencias de Catalina Merkva, vecina de Santo Domingo. Inmigrante nacida el 19 de julio de 1919 en Yugoslavia y, desde pequeña, habitante de este pueblo. Una historia de encuentros y desencuentros, de frustraciones y de amor, que merece ser contada para entender y aprender…
Su familia estaba conformada por sus padres Esteban y Catalina, y su hermana menor Teresa. Doña Catalina tiene 88 años y relata su vida con entusiasmo, como si reviviera cada instante… se detiene por momentos hurgando en su memoria…
Nos cuenta que corría el año 1930 en su casa de Yugoslavia, y cada mañana al despertar renovaban la esperanza de recibir el llamado de su padre donde les dijera que viajen a encontrarse con él. Mantenían en la mente el recuerdo de sus palabras antes de partir: “Ya viví una guerra, no quiero que me vuelva a suceder…”
Había marchado hacía casi tres años hacia Uruguay, junto a un grupo de conocidos, esperanzado en un futuro de paz. Enviaba noticias periódicamente; en sus cartas les contaba que la mayor dificultad era el idioma, y se había enterado que en un país vecino -Argentina- el problema se reducía ya que había gran cantidad de inmigrantes, entonces probaría suerte en esa “gran tierra”.
Acontecía el mes de noviembre cuando recibieron una carta que marcaría su futuro. Don Esteban ya contaba con un trabajo estable en la provincia de Santa Fe, en Colonia Cavour, y había conseguido vivienda en una localidad muy pequeña denominada Santo Domingo.
Con incertidumbre, y con el dolor propio de abandonar su tierra natal, su familia, sus sueños… la madre se dispuso a vender lo necesario para los gastos del viaje, empacó los utensilios de cocina que consideraba importantes, y la ropa de ella y sus hijas. Conservó su casa con la esperanza de regresar algún día, y con las fuerzas que le inspiraba el amor hacia su esposo, emprendió la partida.
Catalina recuerda con añoranza que, al despedirse de su abuelo, lo escuchó decir que nunca más las vería, ella lo consoló respondiendo que pronto regresarían.
Sin pensarlo más se dirigieron a tomar el medio que las trasladaría hasta Bremen donde subirían al Barco Madrid para llegar a Sudamérica. Comenta que el tren marchaba perezoso, lento… Cruzaron Zagreb, Bonn, Hamburgo y por fin llegaron a Bremen, donde se concentraban los emigrantes europeos dispuestos a emprender su aventura.
Esperaron varios días hasta que todos los viajeros llegaran. Mientras, disfrutaron del paisaje vistoso que les ofrecía el puerto colmado de futuros pasajeros ansiosos.
Zarparon de Bremen, alojados en el Madrid que los albergó durantes los veintisiete días que duró la travesía. Catalina compara aquel barco con una pequeña ciudad. “porque tenía de todo; cine, médicos, enfermeros, policías, monjas,…”.
Cuenta que pasaban mucho tiempo en la terraza dando de comer a las gaviotas y observando el paisaje en el horizonte, las olas, el cielo,… hasta que ya no se divisaron paisajes terrestres, sino solo el agua del mar. Así sucedieron diez días casi interminables, acompañados por la infinita intensidad del azul del mar.
Los tripulantes del Madrid pisaron tierra después de tantos días, en una ciudad brasilera… Allí disfrutaron durante varias horas, del paseo por las avenidas colmadas de flores.
Siguieron viaje y en el amanecer del 10 de enero de 1931, el Puerto de Buenos Aires recibía a la familia Merkva y demás tripulantes. Descendieron la escalinata que los llevaba a tierra firme, felices y agradecidos de haber llegado sanos y salvos a su destino: ARGENTINA.
(Continúa en próximo post)
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